Teología Práctica, Volumen 1, Año 2024, pp. __-__
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PASTORAL EDUCATIVA: desafíos, oportunidades y limitaciones [1]
Resumen
El siguiente artículo es fruto de la investigación académica en el tema, pero se trata de un recorrido de pensamientos y observaciones recogidas a lo largo de la trayectoria pastoral del autor, en las últimas tres décadas. Comienza con un breve análisis de lo heredado, en la relación Iglesia-Escuela, en especial desde la tradición metodista, para luego reflexionar sobre algunas dimensiones de la pastoral educativa: como el ministerio pastoral y la tensión entre las visiones Escuela confesional o Escuela confesante. Se propone a la pastoral educativa como un espacio portador de consciencia crítica de la realidad, a la luz del evangelio del Reino de Dios y su justicia. En la actualidad debe responder a algunos desafíos y oportunidades: como la resignificación del rol del pastor/a, una renovada visión amplia de la misión de los espacios educativos, teniendo en cuenta los temas de la “Gran Parroquia”, en dirección a un compromiso con la justicia, la democracia y una ética basada en el amor y la valoración de la vida en sentido amplio.
Abstract: The following article is the result of academic research on the subject, but it is a journey of thoughts and observations collected throughout the author’s pastoral career, over the last three decades. It begins with a brief analysis of what is inherited in the Church-School relationship, especially from the Methodist tradition, and then reflects on some dimensions of the educational ministry: such as pastoral ministry and the tension between the visions of the Confessional School or the Confessional School. . The educational ministry is proposed as a space that brings critical awareness of reality, in light of the gospel of the Kingdom of God and its justice. Currently it must respond to some challenges and opportunities: such as the resignification of the role of the parish priest, a renewed broad vision of the mission of educational spaces, taking into account the themes of the “Great Parish”, towards a commitment to justice, democracy and an ethic based on love and the appreciation of life in a broad sense.
Introducción
En primer lugar, aclaro que este aporte que les presentaré se trata de mis observaciones y apuntes basados en mis vivencias, alguna reflexión y discusiones colectivas en las últimas tres décadas de ministerio en el ámbito de la educación metodista, en diversas instancias, en Brasil y otras partes de AL. Por diez años he servido en instituciones educativas metodistas en mi país, directamente involucrado en la capellanía y la pastoral educativa. En 2002 concluí mi tiempo de servicio como coordinador general de pastoral en la Universidad Metodista de Piracicaba, UNIMEP, la primera universidad metodista reconocida y autorizada en América Latina (1975), y el Colegio Piracicabano, primera escuela metodista fundada en Brasil (1881). Permanecí las siguientes dos décadas estrechamente involucrado con la educación metodista en Brasil y América Latina, sirviendo en posiciones de gestión institucional, cuando tuve el honor de también ejercer la vicepresidencia y presidencia de ALAIME, representar en América Latina y el Caribe el Fondo Global Metodista de Educación para Desarrollo de Liderato, programa de la GBHEM, así como participar de actividades con IAMSCU, International Association of Methodist Schools, Colleges and Universities, y con el comité de educación del WCC, World Methodist Council. Más recientemente a partir de 2022, en la condición de misionero de Global Ministries of The United Methodist Church, volví a ser designado para servir directamente en una capellanía escolar, en la Escuela y Liceo Crandon Salto, de la Iglesia Metodista en el Uruguay.
Mis reflexiones en esa presentación no tienen la pretensión de ser un trabajo sistemático acabado, fruto de investigación académica en el tema, pero sí se trata de un recurrido de pensamientos y observaciones recogidas a lo largo de mi trayectoria pastoral en las últimas tres décadas. Como observaciones sobre lo vivido y las experiencias de las cuales participé o fui en algunos casos protagonista, en el contexto de la educación metodista, son consideraciones que están completamente susceptibles a la discusión para avance del pensamiento sobre capellanía y pastoral educativa en nuestras instituciones.
En segundo lugar, una constatación que también debo considerar es que, al parecer, en contexto metodista de América Latina, hay muy pocos trabajos, estudios o reflexiones sistemáticas (ya sean papers, artículos, capítulos de libros, libros o tesis de licenciatura, maestría o doctorado) que se enfocan en analizar por los estándares de la investigación académica los temas de la capellanía escolar, pastoral educativa o mismo la educación cristiana escolar. Me refiero al contexto metodista.
En mi búsqueda encontré pocas producciones, siendo que las de más densidad son dos disertaciones de maestría, presentadas por investigadores metodistas en Brasil. Uno de estos trabajos fue presentado en el Programa de Posgrado en Educación de UNIMEP (2000) como exigencia para el grado de maestría en educación, el cual analizó la trayectoria de la pastoral escolar metodista en las instituciones de la denominación en Brasil. El otro trabajo también una disertación de maestría, fue presentado en 2008 en la Escuela Superior de Teología (Luterana) de São Leopoldo en el Posgrado en Educación Cristiana y analizó un tema del pensamiento de John Wesley, el “conocimiento y piedad vital”, como clave hermenéutica para una pastoral escolar y universitaria. Además de eso, encontré unos pocos artículos publicados sobre estos temas de capellanía y pastoral educativa.
Esto me hace sospechar que los que estamos involucrados con esa área ministerial estamos más inmersos en cierto “activismo” práctico, pero sin praxis sistemática, o sea, hacemos posiblemente mucho en términos de actividades y por cierto muchas cosas muy buenas, pero poco nos dedicamos a analizar, discutir, sistematizar y escribir sobre nuestras prácticas pastorales, con intencionalidad de registrar o producir los conocimientos y hacer avanzar el pensamiento en nuestro campo de acción.
Y no se trata de un juicio peyorativo, de bueno o de malo, tan solo una constatación que por cierto puede nos dejar un gran desafío y presentar una oportunidad.
Solo para agregar, entre los educadores y pastoralistas Católico Romanos hay mucha producción publicada sobre estos temas, incluso libros específicamente sobre capellanía escolar, pastoral educativa y educación cristiana escolar.
En tercer lugar, debo aclarar que cuando uno elige un título antes de pensar más detenidamente sobre el contenido y abordaje que va a desarrollar, se enfrenta con el riesgo de no corresponder plenamente las expectativas que puede generar – puede ser aquí el caso.
Entonces, mi intento de pensar en algunos aspectos de la pastoral educativa en términos de “desafíos, oportunidades y limitaciones”, como menciona el título, puede que no corresponda tan directamente. O sea, puede que nos vamos a dar cuenta de que las cosas no son tan compartimentadas así y que a la vez un mismo aspecto analizado se constituye de una perspectiva en desafío a ser superado y de otra perspectiva una oportunidad para cambios y avances, o aún se enfrente con limitaciones superables o insuperables, a depender de circunstancias y posibilidades que tenemos concretamente en manos.
Por fin, de ninguna manera tengo intención de ser “la voz cantante” con las respuestas definitivas, absolutas, o con una lectura impecable de la realidad. Se trata más que nada de unas reflexiones disparadoras al diálogo y para seguir avanzando en la tarea de pensarnos, repensarnos, fortalecernos y capacitarnos, saliendo del “lugar común” y resinificando nuestra tarea pastoral en ambientes educativos, ante las necesidades contemporáneas, de manera dialógica, colectiva y crítica. Paso entonces a mi primer punto de reflexión.
1. Nuestra herencia desde la tradición metodista y más allá, en la correlación Iglesia-Escuela
Una de las características históricas del movimiento metodista es su reconocimiento a la importancia de la educación en el desarrollo humano, la liberación de las fuerzas de la ignorancia y de la muerte que nos esclavizan. Podemos decir que en términos teológicos John Wesley reconocía la educación como parte integrante, indisociable y fundamental del proceso de salvación.
Richard Heitzenrater (2003), historiador metodista, en su texto “La santidad y la espléndida ignorancia: Wesley y la educación”, desarrolla una comprensión wesleyana de la educación a partir de la quinta estrofa del famoso himno de inauguración de Kingswood School (1748):
… unir conocimiento y piedad vital, hace tanto tiempo separados, aprendizaje y santidad combinados, la verdad y el amor, que hacen que todos los hombres vean por quien nos entregamos…
(traducción nuestra)
Este himno escrito por Charles Wesley, con seguridad condensa una concepción común entre ambos los hermanos y que está en la base del pensamiento metodista con respecto a la relación entre la fe y la educación, la salvación y el conocimiento, la ciencia y el amor, y podemos decir, en la correlación Iglesia-Escuela.
Según Richard Heitzenrater (2003, p. 24-25), para John Wesley:
El conocimiento (…) no es tanto un atributo puramente intelectual, pero sí funciona como un canal de autocomprensión, que es crucial para la salvación. Y la piedad vital implica no sólo una postura de devoción basada en el amor a Dios, sino también una extensión social ejemplificada por el amor al prójimo. Wesley refuerza esta relación entre los dos conceptos cuando reitera la idea de que “sin amor, todo aprendizaje es simplemente una espléndida ignorancia”.
(traducción nuestra)
Debemos acordarnos de que los Wesley fueron personas muy bien educadas desde temprana edad, en la casa, por la madre Susana Wesley. La educación en la casa de los Wesley más que una ilustración intelectual era parte de una disciplina y un método de formación humana y espiritual. Además de otros trabajos en la casa, Susana mantenía un tiempo individual diario para cada uno de sus hijos e hijas, dedicándose muy especialmente a la tarea educativa, habiendo desarrollado un método para enseñarles a leer, escribir, calcular y observar la naturaleza, para de ella descubrir y aprender. Alfabetizó sus 19 hijos e hijas, por lo general hasta los 5 años, utilizándose para ello de pasajes de la biblia.
Además, no nos podemos olvidar de que el movimiento metodista se va a iniciar y gestar bajo la influencia del Iluminismo inglés, particularmente en el ambiente académico de la Universidad de Oxford. Toda aquella cosmovisión la incorporó John Wesley en Oxford, en donde fue estudiante de grado en teología y alcanzó el título de Magister Artium (maestro en las artes, algo como una licenciatura en filosofía y letras clásicas). Allí fue también profesor de griego, lógica y filosofía, entre el 1726 y 1735. Como él se refirió, hasta los 23 o 24 años había vivido en búsqueda de la verdad “inter sylvas academicas”[2] (Wesley, 1784).
En su período en Oxford John Wesley y sus compañeros del llamado “Club Santo” fueron apodados como “metodistas”, porque todo lo hacían con riguroso método y orden. Aquel grupo de jóvenes estudiantes y profesores, reunieron sus escasos recursos para contratar una maestra para alfabetizar los niños que vivían descuidados en las calles de Oxford.
Rui de Souza Josgrilberg (2003, pg. 66), teólogo metodista, destaca que aquel ambiente educativo familiar y la trayectoria universitaria marcaron definitivamente pensamiento teológico de John Wesley. El pasó a considerar “la Iglesia fundamentalmente en su dimensión pública y, esencialmente, como [una institución] ‘educadora’. Para él, la correlación entre misión y educación era lo más natural de los mundos” (traducción nuestra).
Así que en la tradición wesleyana, Iglesia y Escuela, a pesar de ser instituciones distintas, cuyas naturalezas no se confunden, ellas dialogan entre sí, se integran y se complementan.
Solo a modo de aclaración, lo que quiero mencionar es que aparentemente pueden ser vistas como antagónicas, o sea, la naturaleza de la escuela está basada en la duda (la duda metódica), en el cuestionamiento crítico, la investigación, la búsqueda, construcción y transmisión del conocimiento cultural y científico, esencialmente por la vía de la razón; y la naturaleza de la Iglesia por su turno está basada en las afirmaciones de fe, en las certezas transcendentes y seguridad de orden religiosa, por la vía de los credos, del cultivo y transmisión de la fe y de la espiritualidad.
A pesar de sus naturalezas distintas a través de la historia Iglesia y Escuela en muchas maneras pudieron converger y coexistir en proyectos comunes, apuntando a la emancipación humana, y cada cual contribuyendo desde sus especificidades con los aportes que les son inherentes. En muchos aspectos partiendo de, o utilizándose de conceptos que les son propios, pero que pueden converger hacia un mismo ideal y objetivo. Un ejemplo, es que la iglesia habla de Reino de Dios y su justicia, la escuela puede hablar de nuevo mundo posible o de una sociedad con equidad y justicia – al fin y al cabo, tienen un objetivo común.
Destacamos aún, que tal comprensión sobre la importancia de la educación no fue exclusiva del movimiento metodista. Mucho antes ya había estado presente desde el cristianismo primitivo en la transmisión de la fe, en el período patrístico y en la escolástica, con surgimiento de las primeras universidades, aun orbitando alrededor de la teología. Después también en el pensamiento católico o reformado, incluso con algunas conexiones muy interesantes. No es intención aquí desarrollar tantas eses aspectos, pero quería añadir dos ejemplos de conexiones entre iglesia y escuela, fe y conocimiento, en el contexto de la Reforma.
Los llamados “principios educativos” de la reforma – que incluso llegaron al nuevo mundo muy tempranamente, tuvieron un punto de conexión común con las concepciones educativas católicas en el siglo XVI, como afirma Martin Dreher, teólogo e historiador luterano:
Basta recordar que Calvino e Ignacio de Loyola han sido compañeros de estudios en la Sorbona, en París. Allí se han confrontado con el método parisiense, influenciado por los Hermanos de la Vida Común[3], quienes también fueron profesores de Erasmo de Rotterdam y de Martín Lutero. Del método parisiense brota la pedagogía ignaciana y [también] el método pedagógico empleado en las escuelas calvinistas de Ginebra y Estrasburgo [además que influyó en el pensamiento educativo luterano y moravo]. (traducción nuestra)
A ese respecto otro ejemplo de la conjunción fe-conocimiento, iglesia-escuela, fue la obra de Jan Amos Comenio (1592-1670), teólogo y pedagogo moravo, obispo de la Iglesia Morava, seguidor del pensamiento de Jan Huss. Comenio ha emprendido esfuerzos para establecer puentes y diálogos entre teología y educación. Él es considerado fundador de la didáctica moderna, con su obra la “Didáctica magna” (1632) y “Orbis pictus” (1654), que reafirmaban su visión humanista de la educación. Defendía una educación basada en “la sonrisa en lugar de la vara” (lo que muy bien me hace recordar la “educación con ternura”, como nos enseña contemporáneamente Harold Segura).
Así que, para una primera aproximación sobre esta correlación Iglesia-Escuela, y en consecuencia para dar sentido a una pastoral en el ambiente educativo, podemos sentir cómodos y fundamentados, considerando ese legado de la tradición de que somos herederos, contiene tantas hullas en la historia cristiana, reformada y wesleyana.
Entonces, pensar, reflexionar, evaluar críticamente la existencia, los desafíos, oportunidades y limitaciones de una Pastoral en ambiente educativo, ya sean en instituciones de tradición confesante o mismo en instituciones seculares, privadas o públicas, no es algo ajeno de sentido y se hace un desafío y oportunidad.
Además del ejercicio de pensarnos en nuestra labor está también la necesidad de capacitarnos permanente para desarrollo de un corpus teórico, filosófico, bíblico-teológico, pastoral y con diálogo y contribuciones desde otras ciencias humanas.
En cierta manera, hace unos años, este es un esfuerzo que vienen desarrollando ALAIME y el LeadHub, que hay que ser reconocido y agradecido. Y, ahora más reciente se suma el esfuerzo del Instituto Wesley, de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano (UCEL), que está elaborando y va a ofrecer en breve una Diplomatura Universitaria en Pastoral Educativa.
Pasemos a un segundo punto en que quiero discutir algunas dimensiones del ministerio pastora en ambiente educativo.
2. Dimensiones del ministerio pastoral en ambiente educativo
En primer lugar, considerando mi presupuesto ya mencionado, de que Iglesia y Escuela son instituciones con naturalezas distintas, pero no antagónicas, debemos superar la tentación de abordar pastoralmente la escuela de la misma manera como lo hacemos con relación a la iglesia local.
Si bien no esté mal referirnos al pastoreo escolar con el concepto de la escuela es “nuestra parroquia”, solo podemos hacerlo en un sentido metafórico y amplio – como Wesley solía decir “el mundo es mi parroquia”.
No debemos transferir directamente las metodologías y procesos con los que actuamos en el pastoreo de una iglesia local para el pastoreo en la escuela o universidad. De hacerlo nos arriesgamos generar ciertas desconfianzas y barreras, llevando a un desentendimiento del trabajo de la pastoral educativa, y tal situación hasta puede resultar en una especie de contra testimonio en la relación Iglesia-Escuela. Esa es una primera consideración y destaque muy general.
En segundo lugar, propongo un intento de revisión crítica del sentido de llamarnos por el término “capellanía” (ya sé que me embarco en una iniciativa compleja, dado al arraigo de tal denominación entre nosotros). Más que el intento de un recambio de denominación está la propuesta de una reconsideración del modelo y la metodología de actuación, ampliándola.
Por mucho tiempo se ha instalado entre nosotros la denominación “capellanía” y quiero proponerles que pasemos a pensar y referirnos en términos de “pastoral”, como me estoy refiriendo desde el título que propuse para esa conversación. Veamos un poco más.
Términos como “capellán” y “capellanía” parecen haber surgido y derivado del ambiente militar. Provienen de palabras latinas tales como: cappa, cappella, y cappellani.
Cuenta una leyenda que Martín de Tours en el año 337 d.C. encontró un mendigo muriendo de frío en la puerta de la ciudad y no dudó en sacarse de encima su capa de soldado romano, partir al medio y acobijar aquél pobre.
Al hacerlo aclaró que no podía dársela entera porque la capa pertenecía al ejército romano, al cual servía. En aquella misma noche Martín soñó con Jesucristo vestido con la media capa y diciéndole para una multitud de ángeles que le rodeaba: “Martín, siendo todavía un catecúmeno, me ha acobijado con este vestido”.
Este sucedido lo llevo a Martín a dejar el ejército en 356 para dedicarse exclusivamente al servicio de Cristo. En 371 llegó a ser obispo de Tours, en Francia. Mas tarde fue reconocido como santo y adoptado como santo patrono de los soldados.
En ese contexto surgió el termino cappella refiriéndose a una tienda especial en que era guardada y llevada la reliquia de la capa de San Martín de Tours (también conocido como San Martín de Loba).
Una curiosidad adicional: San Martín es el patrono de Buenos Aires. Resulta que Juan de Garay y los primeros miembros del cabildo se reunieron el 20 de octubre de 1580, unos meses después de fundada la ciudad, para darle un santo como protector y patrono. La suerte recayó en San Martín.
Si bien diferentes fuentes atribuyen diferentes versiones para el origen del término cappellani, incluso volviendo a la Roma antigua y pasando por el reinado de Carlomagno y el período de los reyes merovingios y carolingios del siglo octavo, los cuales nombraban ministros clérigos, llamados cappellanus, para custodiar las reliquias sagradas, rezar las misas y administrar los servicios religiosos en los palacios, la versión más reciente, referida por la Enciclopedia Británica, menciona que en Francia del siglo XVIII se había tornado costumbre llevar la reliquia de la cappa de San Martín de Tours, conservada por el Rey, y mantenerla en el campamento militar en los tiempos de guerra.
Dicha reliquia además de ser mantenida en una capella – de ahí “capilla”, quedaba bajo la custodia de un sacerdote, que oficiaba la misa y daba asesoramiento espiritual a las tropas, a quién se le llamaba por el título cappellani, de ahí “capellán”.
La idea avanzó y aun en tiempos de paz, la capilla y el capellán continuaron en el reino de Francia con tales funciones para el ejército real.
Bien, esa es la historia de cómo se surgió lo que pasó a ser llamado “capellanía” y “capellán”. Sin embargo, más que simplemente un término que nos identifica y que me parece habría que ser resinificado en favor de simplemente “pastor, pastora” y “pastoral”, quiero enfocarme más bien en el modelo y método de actuación que se afirmó a partir de lo que llamamos de “capellanía”.
Por general “capellanía” como concepto, particularmente en ambiente educativo, ha estado por mucho tiempo asociado casi que exclusivamente con los llamados cuidados espirituales (la oración, el acompañamiento de los enfermos o los que están pasando por duelo u otras crisis, la consejería espiritual, la lectura y exposición de la Palabra, etc.) o también con la catequesis (particularmente por medio de la educación cristiana, la predicación y los mensajes del evangelio). A eso que podemos llamar “acción sacerdotal” u “oficios sacerdotales”. Y no va aquí ningún juicio de valor o desprecio por tales prácticas, tan solo una constatación. No podemos negar que tales prácticas tienen su importancia en el contexto de actuación pastoral, particularmente en caso de escuelas confesantes, pero que por sí solas no agotan lo que debe comprender una pastoral educativa.
Por tanto, me parece que quedarse tan solo con este énfasis más restringido a los oficios sacerdotales conlleva el riesgo de seguir en cierta manera viendo y abordando la escuela como si fuera una parroquia al estilo de la iglesia local, limitando así nuestra actuación, particularmente considerando los desafíos y oportunidades del ambiente educativo escolar y universitario, cuya naturaleza distinta de la iglesia hemos mencionado y nos desafía en la pastoral a mucho más.
La escuela y la universidad son un territorio distinto que requiere, reclama y demanda practicas pastorales distintas, holísticas, adaptadas a ese contexto pedagógico y académico, prácticas generadoras de diálogos con la academia, obviamente desde partiendo desde nuestra identidad confesante y desde las perspectivas de la teología, la fe y de las espiritualidades.
Insisto que no nos debemos olvidar que la escuela y la universidad no son lo mismo que la parroquia confesional, aunque estemos actuando en una escuela confesante.
Debo abrir un paréntesis para exponer muy brevemente sobre estos conceptos de “confesional” y “confesante”, que son importantes de comprender.
2.2. “¿Escuela confesional o Escuela confesante?”
Voy a recurrir a José Miguez Bonino para aclarar. Antes decir que, en el contexto brasileño metodista en lengua portuguesa, se utiliza únicamente la palabra “confessional” (sic) para referirse a las escuelas en dependencia de una confesión religiosa o una iglesia, lo que puede generar ciertos desafíos a la comprehensión para el contexto hispano-latino. Ya en nuestro contexto hispano-latino y metodista, se hace una distinción y se ha adoptado mayormente el término “confesante”, particularmente en nuestro caso de las instituciones nucleadas en ALAIME, que hace mucho tiempo se ha dedicado a discutir y tomar definición de tal clasificación, basado en Bonino (1987), que escribe:
El término “confesional” se origina, por supuesto, en el hecho de que las iglesias surgidas de la Reforma del siglo XVI se identificaron por sus escritos confesionales, las confesiones de fe. Posteriormente la palabra llegó a utilizarse como equivalente a lo que la tradición anglosajona llamó “denominaciones” (es decir, que tienen una denominación, un nombre particular). Cuando algunas iglesias alemanas escribieron en Barmen su “confesión” frente al cristianismo nacificado (cristianos alemanes), el término “confesional” resultaba estático y ligado a las “denominaciones”. Por eso se eligió “confesante”, el que confiesa, la acción de confesar y no solo el contenido doctrinal.
En su breve pero denso texto de 1987, Bonino reflexionó sobre cómo deseamos identificar nuestras instituciones educativas y ofreció algunas afirmaciones que implican decir que más que el contenido denominacional, doctrinal o la catequesis proselitista, las escuelas evangélicas debieran identificarse con una confesión más amplia – de ahí llamarles de “confesantes”, en cierta manera como oposición a cierto reduccionismo de lo “confesional”.
Si bien texto de Bonino pude dar para mucha más conversación, sin embargo, yo tan solo quería aclarar estos términos y nuestra opción en contexto hispano-latino por caracterizar nuestras instituciones y más, la educación que ofrecemos, como “escuelas confesantes” o “educación confesante”.
Regreso a lo que venía desarrollando sobre el contexto de actuación pastoral y mi sugerencia de ampliar al concepto de “capellanía” para “pastoral educativa” (porque considero más adecuado al concepto de escuela confesante).
Manfred Carlos Wachs (2001, p. 106), teólogo luterano, destaca que:
El contexto no puede ser visto sólo como un espacio geográfico o estructural, sino como una perspectiva para analizar la realidad e interpretar los fundamentos que determinan la Pastoral Escolar. El contexto es marco de análisis y dirección de la acción tanto en el campo del conocimiento teológico como pedagógico. Es, por lo tanto, decisiva para la hermenéutica que establece los paradigmas de la reflexión y la práctica. El contexto de la pastoral escolar es la escuela. La mirada hermenéutica se da sin excluir el para la, en la y desde la escuela. Esto quiere decir que el análisis se desarrolla desde el lugar donde se encuentran el sujeto y el objeto cognoscente y cognoscible. Esta perspectiva implica un redimensionamiento de la interpretación tanto de las Sagradas Escrituras como de la eclesiología, de las relaciones y de las estructuras religiosas. La dimensión educativa y, en consecuencia, la reflexión pedagógica es inherente a la escuela. Ella es parte de su esencia. Sin el pedagógico, la escuela deja de ser escuela y se convierte en una institución sin fines educativos. Debido a ello las finalidades, contenidos y relaciones personales en la escuela están orientadas hacia el proceso educativo. Me atrevo a decir que, en el contexto escolar, las manifestaciones religiosas y la búsqueda de la trascendencia también es permeada por mediaciones pedagógicas.
(destacado nuestro; traducción nuestra)
Desconsiderar el contexto pedagógico y educativo, para una presencia pastoral en la escuela es un riesgo de construir una perspectiva desde una base inestable y equivocada. Ese es nuestro gran desafío para ejercer una pastoral en ambiente educativo. Si bien es cierto que nos acercamos a la escuela a partir de la teología y de la fe, es necesario tener en cuenta de no violentar el contexto escolar que por su naturaleza tiene su punto de partida en la duda, las hipótesis que necesitan ser probada o rechazadas (lo que no significa decir que la escuela no puede dialogar con la teología y con la fe). Para lograr esto debemos ser conscientes de establecer puentes de diálogo desde una clave hermenéutica acertada, que considera el contexto como nos hemos referido.
Por lo tanto, un primer desafío aquí es el de redimensionar nuestra estructura mental muy vinculada con una eclesiología parroquial de la iglesia local, para una visión más abierta y abarcadora de lo que podemos llamar “la gran parroquia”, que es el mundo y en él la escuela y la universidad.
Un según desafío es comprender y admitir que en la escuela coexiste una realidad plural en términos religiosos, o sea, en la escuela y universidad por su naturaleza abierta puede sobresalir un ambiente multi religioso, ecuménico y plurideológico.
En tal ambiente debemos evitar un enfoque clásico proselitista y debemos esforzarnos por establecer puentes a través del testimonio de nuestra fe en acción intencional.
¿Qué quiero decir con el testimonio de la fe en acción intencional? Nuestras acciones tienden hablar más potentes que nuestras voces. Nuestra acción misionera a través del testimonio de la fe debe ocurrir en una perspectiva práctica, dialógica, con respecto a la diversidad de expresiones religiosas, aunque a la vez estamos identificados con nuestra confesión, sin imponerla a nadie, esforzándonos por descubrir puentes de contacto, diálogo, entendimiento mutuo y mutua cooperación, particularmente en lo que sea esencial.
Aquí vale recordar la máxima wesleyana, recogida del pensamiento agustiniano: “en lo esencial unidad, en lo no esencial libertad, en toda caridad” o, dicho de manera más directa, “pensar y dejar pensar”.
Si alguien quiera unirse a nuestra confesión, bienvenido sea, pero que esto sea logrado por el testimonio, por haber visto y conocido nuestra manera de ser y nuestro modo de vida, como algo bueno, constructivo y edificante, no por una imposición de nuestras ideas, doctrinas o nuestras prácticas normativas, por lindas y buenas que sean. Una vez más, nuestras acciones tienden hablar más potentes que nuestras voces.
Un tercer desafío está en tener claridad sobre la función y atribución específica del pastor y la pastora (y consecuentemente de los agentes de la pastoral) en la escuela o universidad (en la mayoría de los casos llamado de capellán, capellana, en otros casos coordinador o agentes de pastoral).
Debemos evitar ser confundidos como las atribuciones de otros profesionales en la escuela. El capellán, capellana, pastor, pastora, si bien en muchos contextos posee la potestad de cierto nivel de representación emanada desde la institución Iglesia para la institución Escuela o Universidad, debe siempre considerar muy atentamente lo que esto significa, implica y permite. Debe considerar cómo manejarse en ello sin confundirse con una instancia de dirección de la escuela o universidad, o con cualquiera otra instancia de gestión institucional. En ese sentido debe evitar una tentación muy común que es de comportarse como un “elefante en tienda de cristales”, por usar una imagen que nos puede remitir a un cierto comportamiento descuidado o truculento, que tiende más genera daños que contribuciones positivas.
Aunque en muchos casos los capellanes, capellanas, pastores y pastoras somos considerados como parte del equipo directivo o integramos como miembros la junta directiva de la institución, o participamos en otros colegiados internos de la institución, reconocer y guardar nuestros límites es parte de la sabiduría pastoral necesaria para llevar adelante nuestra misión en la escuela o universidad.
Debemos tener en cuenta que la pastoral, como cualquiera otro sector de la institución, debe elaborar su plan de acción, discutirlo y someterlo a las instancias adecuadas de la institución, en muchos casos proponer y discutir un presupuesto financiero para su trabajo, que será integrado al presupuesto de la institución. Debemos evitar a todo costo actuar al improviso, sim saber cuáles son nuestros objetivos y metas para el mes, el semestre y el año escolar. “No hay vientos favorables para marinero que no sabe adónde va” (ya enseñaba el filósofo romano Séneca). Esa misma línea de trabajo sirve para el Departamento de Educación Cristiana.
En todo esto es fundamental capacitarnos y fortalecernos en nuestras herramientas de liderato y de comunicación.
También, conectado con estos desafíos está la necesidad de aprender relacionarse con la jerarquía en la escuela, cumpliendo nuestras responsabilidades en una institución que posee políticas, protocolos, reglas y normas propias, sin caer en tentación de creerse con ciertos privilegios que nos diferencian por nuestra condición como agentes de la Iglesia y miembros de la capellanía, pastoral educativa o departamento de educación cristiana, en relación con los demás empleados de la institución. ¡No es así! O sea, dentro da la institución escuela o universidad tenemos que responder y respetar las mismas reglas laborales que nuestros compañeros de otros sectores y áreas institucionales, hasta debemos ser ejemplares en eso, por nuestro testimonio como Iglesia en la Escuela. Una vez más, nuestras acciones tienden hablar más potentes que nuestras voces.
La pastoral debe sí ser respetada por lo que hace, por su testimonio de la fe en acción y su apertura para el dialogo amplio, no por su aparente poder de pertenencia a la denominación a la cual está vinculada la escuela (y eso puede ser costoso de lograr y muy, muy fácil de destruir).
Evidentemente que es necesario en muchas situaciones defender posiciones y ejercer una voz profética, ejercer una consciencia crítica de la realidad (que incluye la denuncia de las injusticias y el anuncio y llamado al arrepentimiento y al cambio), pero mismo en esas circunstancias hay que hacerlo con firmeza y a la vez con ternura (“endurecerse, pero sin perder la ternura, jamás”, por usar la conocida expresión).
Destaco que en mi comprensión la pastoral debe ocuparse de estas dos dimensiones a la vez, de la dimensión sacerdotal y de la dimensión profética (que significa ejercer consciencia crítica y en muchas ocasiones ofrecer su voz para los que no tienen ninguna voz).
Un cuarto desafío es la permanente necesidad (y yo diría obligación) de mantener aprendizaje, reflexión y actualización teológica, pedagógica, coyuntural, y cultural. Ese proceso debe mover y fundamentar nuestro quehacer pastoral en el contexto educativo.
El gran desafío es establecer y desarrollar la correlación entre la teología (que nos debe ser inherente) con la pedagogía y las demás áreas del conocimiento, o sea, con las ciencias que transitan el ambiente académico, escolar y universitario.
Me atrevo a decir que idealmente deberíamos desarrollar pastorales pensantes, investigativas e innovadoras, en sentido de esforzarnos por descubrir y alimentar canales de dialogo con otras áreas del conocimiento, generando así aprendizaje propio, crecimiento y relacionamientos para fortalecer nuestro trabajo. Sin embargo, sabemos que muchas veces caemos fácilmente en un activismo de reuniones, tareas y eventos, de tal manera que no nos da el tiempo para la lectura, el estudio, la reflexión teórica, la investigación y el aprendizaje continuado. También muchos de nosotros y nosotras tenemos más de una atribución pastoral o algún otro trabajo secular. De todos modos, hay que perseguir ese objetivo.
Me alegra que ALAIME y el LeadHub, hace algunos años facilitó estos espacios de reflexión, debate y aprendizaje, enfocado en la capellanía y pastoral educativa. Sin embargo, mucho más es necesario y debe ser hecho. Podríamos, a modo de ejemplo, organizar intercambio de materiales de educación cristiana, compartir experiencias de nuestras actividades, dedicarnos a estudiar y profundizar algún tema que nos sea común y necesario, reflexionar sobre nuestras practicas y escribir sobre ellas, crear un cuaderno online para compartir tales reflexiones, etc.
Y, ahora también, como ya hemos mencionado, tenemos la oportunidad de participar en un curso online que será ofertado por el Instituto Wesley y la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano – UCEL, la Diplomatura Universitaria en Pastoral Educativa. Se trata de una importante contribución y oportunidad, muy accesible para todos y todas, que esperamos muchos de nosotros podamos acceder y participar.
3. Unas últimas consideraciones
La pastoral educativa como un espacio portador de consciencia critica de la realidad, a la luz del evangelio del Reino de Dios y su justicia, tiene ante sí muchos desafíos y oportunidades. Debemos de generar con la comunidad escolar y universitaria no solo el acercamiento y la discusión sobre temas transversales y sociales, como también generar espacios para que los estudiantes y la comunidad escolar y académica puedan vivenciar y experimentar acciones concretas de acercamientos a esas realidades, que de última será el mundo que los espera como profesionales en el futuro cercano.
Tan solo voy a enumerar de paso algunos temas y cuestiones contemporáneas que considero de extremada importancia y relevancia para el trabajo por la pastoral educativa, con una intencionalidad de acercamiento, sensibilización, aprendizaje y generación de compromiso transformador, particularmente con las nuevas generaciones, que de alguna manera queremos influenciar para una consciencia crítica de la realidad, a la luz de los principios del evangelio y de nuestra herencia wesleyana, apuntando para un compromiso con la justicia, la democracia y una ética basada en el amor y la valoración de la vida en sentido amplio.
Podríamos llamar estos macro temas de “temas de la gran parroquia” como suelen referirse y aprendí en la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA).
De manera general casi que podemos resumir estos temas si echamos un vistazo a los llamados “Objetivos de Desarrollo Sostenible”, los conocidos ODS de la Organización de las Naciones Unidas – ONU, que integran la agenda 2030. Son 17 puntos integradores de casi todas las grandes problemáticas sociales de nuestro tiempo. Sugiero que nos dediquemos a analizar estos 17 temas.
Por ahora, para cerrar, voy a mencionar tan solo algunos de estos grandes temas a modo de ejemplo (y algunos se conectan directamente con las ODS), pues nos ofrecen mucho para desarrollar en el trabajo pastoral y en la educación cristiana que tenemos a nuestro encargo, y que debería considerar: el diálogo ecuménico e interreligioso; la construcción de una cultura de paz; la valoración de la democracia y ciudadanía participativa; los problemas ambientales, la eco-teología y una justicia climática; los derechos humanos (considerando diversidad, equidad y justicia de género; las nuevas conformaciones de familia; la diversidad cultural y étnica; la gran crisis inmigratoria contemporánea y la xenofobia que se manifiesta; la crisis del hambre y la pobreza); los avances de las nuevas tecnologías de información y comunicación (TICs) y todo lo que de ahí se deriva en términos de un recambio en el comportamiento individual y social en nuestras sociedades contemporáneas, además de las incógnitas en relación a los avances de la llamada inteligencia artificial; los problemas de la concentración de las riquezas en tan pocas manos y la dominación y imposición de una cultura basada en los intereses del mercado; etc.
Así, estimados compañeros y compañeras son muchos los desafíos, oportunidades y también por cierto enfrentamos limitaciones para el desarrollo de nuestras prácticas pastorales en ámbito educativo. Sin embargo, no podemos nos acomodar, debemos hacer esfuerzo por salir de nuestras zonas de confort, desarrollar una audacia para resinificar nuestra tarea y crear algo nuevo en nuestro tiempo y en nuestras instituciones educativas. Sometemos estos pensamientos a vuestra consideración y debate con la certeza que juntos podemos crecer y fortalecer nuestra tarea pastoral en ambiente educativo. Muchas gracias todas y todos por su atención.
Bibliografía
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WESLEY, John. Some remarks on article X. of Mr. Maty’s new review, for December 1784. In: HEITZENRATER, Richard P. The Works of John Wesley – The Bicentennial Edition. Nashville TN: Abingdon Press, 2004. CD-ROM.
[1] El presente texto fue presentado en un encuentro virtual de capellanes, personal docente y directivos de escuelas y universidades metodistas en América Latina, organizado por la Secretaría Ejecutiva de ALAIME, Asociación Latinoamericana de Instituciones Metodistas de Educación, en coordinación con la oficina regional para América Latina del LeadHub de GBHEM, General Board of Higer Education & Ministry of The United Methodist Church.
Conservamos esa versión para publicación, en su carácter de guía para presentación oral, hablado en primera persona, como fue desarrollado en susodicho evento virtual, de junio 2023.
[2] Esta cita de Horacio, utilizada por Wesley, es traducida por Boscawen como: “En la búsqueda de la verdad en arboledas académicas”. (The Works of John Wesley: The Jackson Edition \ Vol. 13 \ Sermons on Several Occassions \ Supplementary Letters \ Some Remarks on Article X Of Mr. Maty’s New Review, for December 1784) ( Según Richard Heitzenrater , 2004, CD-ROM).
[3] Los Hermanos de la Vida Común fueron un importante movimiento religioso de finales de la Edad Media y el Renacimiento, y su énfasis en la educación, la piedad personal y la justicia social tuvo una profunda influencia en la cultura religiosa e intelectual de Europa.